jueves, 15 de septiembre de 2011

DISCURSO DE BORDIGA SOBRE EL PARLAMENTARISMO EN EL II CONGRESO DE LA III INTERNACIONAL-1920-0802

DISCURSO DE BORDIGA SOBRE EL PARLAMENTARISMO EN EL II CONGRESO DE LA III INTERNACIONAL

¡Camaradas!

La fracción de izquierda del Partido Socialista Italiano es antiparlamentaria por razones que no conciernen únicamente a Italia, sino que tienen un carácter general.
¿Se trata aquí de una discusión de principio? Ciertamente no. En principio, todos nosotros somos antiparlamentarios porque repudiamos el parlamentarismo como medios de emancipación del proletariado y como forma política del Estado proletario.
Los anarquistas son antiparlamentarios por principio, porque se declaran contra toda delegación de poder de un individuo en otro; los sindicalistas, adversarios de la acción política del partido y concibiendo de un modo totalmente distinto al proceso de emancipación proletaria, lo son igualmente. En cuanto a nosotros, nuestro antiparlamentarismo se liga a la crítica marxista de la democracia burguesa. No repetiré aquí los argumentos del comunismo crítico que revelan la mentira burguesa de la igualdad política colocada por encima de la igualdad económica y de la lucha de clase.
Nuestra concepción parte de la idea de un proceso histórico en el curso del cual la lucha de clase desemboca en la liberación del proletariado después de una lucha violenta, sostenida por la dictadura del proletariado. Expuesta en el Manifiesto de los Comunistas, ha encontrado en la revolución rusa su primera realización histórica. Un largo período ha transcurrido entre estos dos hechos, y el desarrollo del mundo capitalista ha sido muy complejo en este período.
El movimiento marxista ha degenerado en movimiento socialdemócrata y ha creado un terreno de acción común a los pequeños intereses corporativos de ciertos grupos obreros y a la democracia burguesa.
Esta degeneración se manifiesta simultáneamente en los sindicatos y en los Partidos socialistas. Se olvidó casi completamente la tarea marxista del partido de clase que habría debido hablar en nombre de la clase obrera en su conjunto y llamarla a su tarea histórica revolucionaria; se creó una ideología completamente diferente, que descartaba la violencia y abandonaba la dictadura del proletariado para substituirla por la ilusión de una transformación social pacífica y democrática. La revolución rusa ha confirmado de una manera evidente la teoría marxista demostrando la necesidad de emplear el método de la lucha violenta y de instituir la dictadura del proletariado. Pero las condiciones históricas en las que se ha desarrollado la revolución rusa no se parecen a las condiciones en las que se desarrollará la revolución proletaria en los países democráticos de Europa occidental y de América. La situación rusa recuerda más bien la de Alemania en 1849 porque en ella se han desarrollado dos revoluciones, una después de la otra: la revolución democrática y la revolución proletaria. La experiencia táctica de la revolución rusa no puede, pues, ser transportada integralmente a los otros países, en donde la democracia burguesa funciona desde hace mucho tiempo y en donde la crisis revolucionaria no será más que el paso directo de este régimen a la dictadura del proletariado.
La importancia marxista de la revolución rusa es que su fase final (disolución de la Asamblea Constituyente y toma del poder para los Soviets) no podía ser comprendida y defendida más que sobre la base del marxismo y daba nacimiento a un nuevo movimiento internacional: el de la Internacional Comunista, que rompía definitivamente los puentes con la socialdemocracia, fracasada vergonzosamente durante la guerra. Para Europa occidental, el problema revolucionario impone ante todo la necesidad de salir de los límites de la democracia burguesa, de demostrar que la afirmación burguesa según la cual toda lucha política debe desarrollarse en el marco del mecanismo parlamentario es mentirosa y que la lucha debe ser llevada a un nuevo terreno, el de de la acción directa, revolucionaria, por la conquista del poder. Es necesaria una nueva organización técnica del Partido, es decir, una organización históricamente nueva. Esta nueva organización histórica es realizada por el Partido Comunista que, como lo precisan las tesis del Comité Ejecutivo sobre las tareas del partido, es suscitado por la época de las luchas directas con vistas a la dictadura del proletariado (Tesis nº 4).
La primera maquina burguesa que hay que destruir ahora antes de pasar a la edificación económica del Comunismo, antes incluso de construir el nuevo mecanismo del Estado proletario que debe reemplazar al aparato gubernamental, es el Parlamento.
La democracia burguesa actúa entre las masas como un medio de defensa indirecta, mientras que el aparato ejecutivo del Estado está listo a hacer uso de los medios violentos y directos desde el momento en que hayan fracasado las últimas tentativas de atraer al proletariado al terreno democrático. Es, pues, de una importancia capital desenmascarar este juego de la burguesía, demostrar a las masas toda la doblez del parlamentarismo burgués. La práctica de los Partidos Socialistas tradicionales había determinado, desde antes de la guerra mundial, una revisión y una reacción antiparlamentaria en las filas del proletariado: la reacción anarco-sindicalista, que negó todo valor a la acción política, para concentrar toda la actividad del proletariado en el terreno de las organizaciones económicas divulgando la falsa idea de que no puede existir acción política fuera de la actividad electoral y parlamentaria.
No es menos necesario reaccionar contra esta ilusión que contra la ilusión socialdemócrata; esta concepción está efectivamente muy alejada del verdadero método revolucionario y lleva al proletariado a una falsa vía en el curso de su lucha por la emancipación.
Es indispensable la claridad más grande en la propaganda: hay que dar a las masas consignas simples y eficaces. Partiendo de los principios marxistas, proponemos, pues, que la agitación por la dictadura del proletariado, en los países en que el régimen democrático está desarrollado desde hace mucho tiempo, se base en el boicot a las elecciones y a los órganos democráticos burgueses. La gran importancia que se da en la práctica a la acción electoral conlleva un doble peligro: de un lado da la impresión de que es la acción esencial; de otro lado absorbe todos los recursos del Partido y trae consigo el abandono casi completo del trabajo de preparación en los otros dominios del movimiento.
Los socialdemócratas no son los únicos en conceder una gran importancia a las elecciones: incluso las tesis propuestas por el C.E. nos dicen que es útil servirse en las campañas electorales de todos los medios de agitación (Tesis nº 15). La organización del Partido que ejerce la actividad electoral reviste en carácter completamente particular que contrasta violentamente con el que necesita la acción revolucionaria legal e ilegal.
El Partido se convierte en un engranaje de comités-electorales que se encargan solamente de la preparación y de la movilización de los electores. Y cuando se trata de un viejo partido socialdemócrata que se pasa al movimiento comunista, se corre el riesgo de continuar la acción parlamentaria como se la practicaba ya antes. Hay numerosos ejemplos de esta situación.
En lo concerniente a las tesis presentadas y defendidas por los ponentes, yo haría la observación de que están precedidas de una introducción histórica con la primera parte de la cual estoy casi enteramente de acuerdo. En ella se dice que la Primera Internacional se servía del parlamentarismo con fines de agitación, de propaganda y de crítica. Más tarde en la Segunda Internacional, se manifestó la acción corruptora del parlamentarismo que condujo al reformismo y a la colaboración de clase. La introducción saca de ello la conclusión que con la Tercera Internacional se debe volver a la táctica parlamentaria de la Primera, a fin de destruir el parlamentarismo desde el interior. Pero la Tercera Internacional, si acepta la misma doctrina que la Primera, debe utilizar, dada la gran diferencia de las condiciones históricas, una táctica totalmente distinta y no participar en la democracia burguesa.
Así, en las tesis que siguen, hay una primera parte que no está de ninguna manera en contradicción con las ideas que yo defiendo. Solamente cuando se habla de la utilización de la campaña electoral y de la tribuna parlamentaria para la acción de masas, comienza la divergencia.
No rechazamos el parlamentarismo porque se trata de un medio legal. No se puede proponer su empleo con el mismo título que la prensa, la libertad de reunión, etc. Aquí se trata de medios de acción, allá de una institución burguesa que debe ser reemplazada por las instituciones proletarias de los Consejos Obreros. De ninguna manera pensamos privarnos, después de la revolución, de la prensa, de la propaganda, etc.; pero contamos con hacer añicos el aparato parlamentario y reemplazarlo por la dictadura del proletariado.
Tampoco defendemos el argumento habitual contra los “jefes”. No se puede prescindir de los jefes. Sabemos muy bien, y se lo hemos dicho siempre a los anarquistas desde antes de la guerra, que no basta con renunciar al parlamentarismo para prescindir de los jefes. Se necesitarán siempre propagandistas, periodistas, etc. La Revolución necesita un Partido centralizado que dirija la acción proletaria y es evidente que en este Partido son necesarios los líderes. Pero la función de estos jefes no tiene nada de común con la práctica socialdemócrata tradicional. El Partido dirige la acción proletaria en el sentido de que toma sobre sí todo el trabajo peligroso y que exige los más grandes sacrificios. Los jefes del Partido no son solamente los jefes de la Revolución victoriosa. Son aquellos que, en caso de derrota, caerán los primeros bajo los golpes del enemigo. Su situación es completamente diferente de la de los jefes parlamentarios que ocupan los puestos más ventajosos en la sociedad burguesa.
Se nos dice: desde la tribuna parlamentaria se puede hacer propaganda. Responderé a esto con un argumento completamente…infantil. Lo que se dice en la tribuna parlamentaria es repetido por la prensa. Si se trata de nuestra prensa, entonces es inútil pasar por la tribuna para tener que imprimir después lo que se ha dicho. Los ejemplos dados por los ponentes no refutan nuestra tesis. Liebknech ha actuado en el Reichstag en una época en que reconocemos la posibilidad de la acción parlamentaria, tanto más cuanto que no se trataba de sancionar el parlamentarismo, sino de consagrarse a la crítica del poder burgués. Si, por otro lado, se pusiesen en un plato de la balanza Liebknecht, Höglund y los otros casos poco numerosos de acción revolucionaria en el parlamento, y en el lado opuesto toda la serie de traiciones de los socialdemócratas, el balance sería muy desfavorable al “parlamentarismo revolucionario”. La cuestión de los bolcheviques en la Duma, en el Parlamento de Kerensky, en la Asamblea Constituyente, no se plantea de ningún modo en las condiciones en que proponemos el abandono de la táctica parlamentaria, y no insistiré aquí acerca de la diferencia entre el desarrollo de la Revolución rusa y el desarrollo que presentarán las revoluciones en los otros países burgueses.
Tampoco acepto la idea de la conquista electoral de las instituciones municipales burguesas. Ahí hay un problema muy importante que no debe ser pasado en silencio. Yo tengo la intención de aprovechar las campañas electorales para la agitación y la propaganda de la Revolución Comunista, pero esta agitación será mucho más eficaz si defendemos ante las masas el boicot de las elecciones burguesas.
Y ahora dos palabras sobre los argumentos presentados por el camarada Lenin en su folleto sobre el “Comunismo de izquierda”. Creo que no se puede juzgar nuestra táctica antiparlamentaria de la misma manera que la que preconiza la salida de los sindicatos. El sindicato, aún cuando está corrompido, es siempre un centro obrero. Salir del sindicato socialdemócrata corresponde a la concepción de ciertos sindicalistas que quisieran constituir órganos de lucha revolucionaria de tipo no político, sino sindical. Desde el punto de vista marxista, es un error que no tiene nada de común con los argumentos sobre los cuales se apoya nuestro antiparlamentarismo. Las tesis del ponente declaran, por lo demás, que la cuestión parlamentaria es secundaria para el movimiento comunista: la de los sindicatos no lo es.
Creo que de la oposición a la acción parlamentaria no se debe deducir un juicio decisivo acerca de camaradas o Partidos comunistas. El camarada Lenin, en su interesante estudio, expone la táctica comunista defendiendo una acción muy flexible, que corresponde muy bien a un análisis atento y riguroso del mundo burgués, y propone aplicar a este análisis en los países capitalistas los datos de la experiencia de la Revolución rusa. Sostiene también la necesidad de tener muy en cuenta las diferencias entre los diversos países. No discutiré aquí este método. Solamente haré observar que un movimiento marxista en los países democráticos occidentales exige una táctica mucho más directa que la que ha sido necesaria a la Revolución rusa.
El camarada Lenin nos acusa de querer descartar el problema de la acción comunista en el Parlamento porque su solución aparece como demasiado difícil, y preconizar la táctica antiparlamentaria porque implica un esfuerzo menor. Estamos perfectamente de acuerdo en que las tareas de la Revolución proletaria son muy complejas y muy arduas. Pero nosotros estamos perfectamente convencidos de que después de haber resuelto, como se nos propone, el problema de la acción parlamentaria, nos quedarán por resolver los otros problemas, mucho más importantes y su solución no será ciertamente fácil por eso. Justamente por esta razón es por lo que proponemos desplegar la parte más grande de los esfuerzos del Partido Comunista en un terreno de acción mucho más importante que el del Parlamento. Y no porque nos espanten las dificultades. Nosotros solamente observamos que los parlamentarios oportunistas, que sin embargo adoptan una táctica de aplicación más cómoda, no por eso están menos completamente absorbidos por la actividad parlamentaria y sacamos la conclusión de que para resolver el problema del parlamentarismo comunista según las tesis del ponente (admitiendo esta solución), se necesitan esfuerzos decuplicados: quedarán menos recursos y energías al movimiento para la acción revolucionaria.
En la evolución del mundo burgués, las etapas que se deben recorrer necesariamente incluso después de la Revolución, en el paso económico del capitalismo al comunismo, no se transponen al terreno político. El paso del poder de los explotadores a los explotados trae consigo el cambio instantáneo del aparato representativo. El parlamentarismo burgués debe ser reemplazado por el sistema de los Consejos Obreros.
Esta vieja máscara que tiende a ocultar la lucha de clase debe ser, pues, arrancada para que se pueda pasar a la acción directa y revolucionaria. Es así como nosotros resumimos nuestro punto de vista sobre el parlamentarismo, punto de vista que se liga enteramente al método revolucionario marxista. Quiero concluir con una consideración que nos es común con el camarada Bujarin. Esta cuestión no puede y no debe dar lugar a una escisión en el movimiento comunista. Si la Internacional Comunista decide tomar a su cargo la creación de un parlamentarismo comunista, nosotros nos someteremos a su resolución. Nosotros no creemos que sea un éxito, pero declaramos que no haremos nada por hacer fracasar esta obra. Deseo que el próximo Congreso de la Internacional Comunista no tenga que discutir los resultados de la acción parlamentaria, sino más bien tenga que registrar las victorias que la Revolución comunista haya conseguido en un gran número de países. Si esto no es posible, deseo al camarada Bujarin que pueda presentarnos un balance menos triste del parlamentarismo comunista que ése por el que ha debido comenzar hoy su informe.

2 de agosto de 1920

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